El Mindfulness, ahora tan de moda, no es algo nuevo. Tiene su origen en las técnicas de yoga y la meditación, y más concretamente en el satipatthanaque enseñó el Buda. Mediante el cultivo metódico de la atención, se consigue desarrollar un tipo muy especial de visión que el mismo Buda denominó vipassana (visión clara, penetrativa y cabal). Es por tanto la adaptación al ámbito de la psicología de algunas técnicas que tienen miles de año, adaptándolas así a una mentalidad más laica y a todo tipo de personas.
Hay que tener en cuenta que el budismo, aunque muchas veces es considerado como una religión, realmente está más cercano a una filosofía de vida y a unas técnicas de autorrealización.
Y es que el Buda fue un psicólogo, que no creía en enseñanzas que estuviesen alejadas de la propia experiencia. Por ello aconsejaba: “Ve y mira”. Es decir, comprueba tú mismo lo que es realmente, no lo que otras personas te digan.
Cuando practicamos Mindfulness, ya sea sentados o en la vida cotidiana, prestamos atención a lo que ocurre, aquí y ahora. Esta práctica, además de reducir el estrés y proporcionarnos serenidad, nos permite conocernos mejor y ver las cosas con una mayor claridad. Además, aprendemos a eliminar e ir más allá de aquellos pensamientos y emociones tóxicas que puedan surgir, a alejarnos de lo que pasó o de lo que está por llegar, centrándonos así en el momento presente.
Y de esta manera aprendemos a manejarnos con las circunstancia tal y como son, sabiendo fluir, poniendo los medios sin ansiedad y estrés para alcanzar aquellas metas que nos hayamos marcado. Disfrutamos sin apego, y no sucumbimos a la frustración y la tristeza cuando las cosas no están a nuestro favor. Y es que "hay un dolor inevitable, pero el sufrimiento es opcional". Con una mente más clara, podemos afrontar los problemas de una manera más efectiva.
Para adiestrarse en Mindfulness necesitamos energía, atención consciente, ecuanimidad y lucidez. Para ello hay que trabajar sobre la mente, a fin de limpiarla, reorganizarla, saber pensar y dejar de pensar, y así potenciar sus mejores capacidades. Pues cada uno debe aprender a servirse de la mente y no que la mente se sirva de uno.
La práctica de la atención mental se complementa, con algunas actitudes personales que nos permiten obtener un mayor equilibrio, bienestar y eficacia en nuestra vida cotidiana (ética personal, esfuerzo adecuado, cultivo de pensamientos y emociones provechosos, disminución de sus opuestos no provechosos, acción consciente, etc.).