Reportaje

Lucha contra el fuego

Dos vecinos de Boadilla, Paco Lucas y Juan Cruz Nicolás, ambos pilotos de helicóptero, participan cada verano en el dispositivo de extinción de incendios de la Comunidad de Madrid. Nos hemos acercado a la base de bomberos de Las Rozas a conocer su trabajo a bordo del helicóptero bombardero.

 

El efecto de sobrevolar un incendio con un helicóptero bombardero –con una cesta o bambi cargado de 1.000 litros de agua-, que hay que echar a una distancia de 6-8 metros sobre las llamas, es casi el mismo que el de pasar la mano a unos centímetros de las ascuas de una barbacoa en plena operación: mucho calor. “Claro que se nota el calor en el interior del apa­rato. Se suda mucho mucho… En incen­dios gordos, incluso te quemas la cara”.

Así lo describe Paco Lucas (61 años), piloto de helicóptero y toda una institu­ción en este sector en España. Lleva 34 años pilotando helicópteros y más de 10.000 horas de vuelo acumuladas. Paco es director general y cofundador de Co­yotAir –firma recientemente adquirida por Habock Aviation Group-, instructor de vuelo y examinador. Pero, por encima de todo, es piloto: nunca ha dejado que las funciones directivas le apartaran de volar. Ni siquiera en verano, donde está al pie del cañón como uno más en la empresa. “Llevo 30 años trabajando en incendios forestales”, nos cuenta. También 17 años haciendo la vuelta ciclista a España con TVE, la Cadena Ser, José María García, José Ramón de la Morena…” Ha pasado por todas las ramas del sector: transporte sanitario, de personalidades VIP, resca­tes, supervisión líneas eléctricas, cargas, filmaciones aéreas…

Nos encontramos con él y su copiloto, Juan Cruz Nicolás (39 años), también vecino de Boadilla, en el parque de bomberos de Las Rozas. Juan hace nueve años que se sacó el título de piloto de helicóptero. Trabaja en su propia empresa fuera de este sector, pero hace nueve años que cada verano se apunta a la campaña con el que ha sido su mentor y maestro. ¿Motivo? “Porque me gusta”. Así que por la mañana intenta dejar todo en orden en su trabajo para, por la tarde, estar de guardia en la base hasta el ocaso.

La Comunidad de Madrid moviliza cada año un importante dispositivo an­tiincendios entre los meses de junio y octubre. En esas labores de extinción, los helicópteros bombarderos, juegan un importante papel. A la hora de acabar con el fuego, “es importante no dejar que coja fuerza”, nos cuentan.

A 250 kilómetros por hora

En Madrid reconocen que no se escatima en medios. En la región hay diez bases operativas y otros tantos aparatos movi­lizados para salir en menos de diez mi­nutos si surge un aviso. “Con un aparato que alcanza los 250 kilómetros por hora, en apenas minutos estamos en cualquier punto de la Comunidad”, nos explican.

Este año no han faltado las intervencio­nes, “aunque el hecho de que junio haya sido un mes lluvioso, ha restado gravedad a las mismas. Así que hemos hecho muchas, pero pequeñas. 70 en esta base, unas 60 ho­ras de vuelo y unas 380 descargas”, cuentan.

Vuelan un helicóptero potente capaz de llevar el doble de su propio peso. Perfecto para este tipo de trabajos. “Si vamos carga­dos con agua y, aparte de nosotros, dos o tres agentes forestales, vamos al límite de la capacidad del aparato”.

Aunque una sola persona podría lle­varlo perfectamente, hacerlo dos mejora la seguridad de la operativa cuando están atacando las llamas. Se suelen alternar a los mandos entre cada carga y descargas piloto y copiloto.

Toda precaución es poca en esta profe­sión. “Si te matas, no lo apagas. Los bosques se repueblan, pero las vidas no se recupe­ran”, recuerda Lucas que le dijo hace años un compañero. Y se le quedó grabado. Así que es importante ir pendiente de los tendi­dos eléctricos, árboles altos, seguir siempre el procedimiento de seguridad a la hora de cargar agua en ríos, pantanos o balsas, de verterla sobre las llamas. Y también tener cuidado de no meterse en el humo.

Apagar fuegos con un helicóptero en­traña sus riesgos. Y hay que saber hacer­lo. “En una descarga de agua bien hecha sobre un fuego, puedes apagar de 90 a 100 metros de fuego, lo que las brigadas en tie­rra agradecen”. Pero la misión más difícil y dura son los rescates, “donde te jue­gas la vida por salvar otras”, cuenta Paco. “La tuya y la de los que van contigo en el aparato. Es una cuestión de confianza: de ellos en ti, la confianza de ti mismo cuanto metes el helicóptero a un metro de la roca, la meteorología, la suerte…”, añade. Es el piloto el que valora en cada momento la situación y hasta cuánto puede arriesgar.

En esta campaña han pasado de trabajo un día por Boadilla para apagar un peque­ño incendio en Valenoso. Nada grave. Sí echan de menos la existencia de balsas de agua para cargar la cesta. “Está el lago del Club Las Encinas, pero es peligroso si hay niños en las barcas y demás; o el del club de golf de El Bosque, que no tiene mucha profundidad. Así que estaría bien que el Ayuntamiento hiciera una para poder repostar seguros si hay un incendio en la zona”. Y ahí queda su petición.