Siempre acompañado por su perro fiel, Chispa, Lorezo Gallardo Velasco recorre el monte de Boadilla alimentando a su rebaño de 750 ovejas. A Boadilla llegaron andando, como cada año, desde Carpio, una pequeña localidad vallisoletana a mitad de camino entre Valladolid y Salamanca. Son ovejas trashumantes, “una tradición que lamentablemente se está perdiendo”, dice. “El camino de Valladolid a Madrid es muy bonito. Tardamos aproximadamente 10 días en hacerlo. Hacemos noche donde podemos. Saco mi tienda de campaña y mientras ellas tengan para comer, yo me apaño”, relata.
Diez días en los que sufren muy bajas temperaturas –hay que tener en cuenta que llegaron a Boadilla a principios de diciembre–, por lo que a veces puede resultar pesado ya que se tiene que adaptar al ritmo de las ovejas, que no siempre caminan a la celeridad que uno quiere. El regreso a Valladolid, ya en pleno verano, es otra cosa: las ovejas viajan en camión pues los rigores del calor estival hace difícil encontrar agua en el camino
Lorenzo ha hecho el recorrido este año con las 2.000 ovejas que componen el rebaño. De estas, 750 cabezas son las que podemos ver diariamente como un idílico añadido a nuestro entorno natural. Las restantes, pastan en la finca Romanillos, también en Boadilla. Permanecerán aquí hasta junio.
Un oficio familiar
Lorenzo lleva toda una vida dedicada al pastoreo y cuidado de las ovejas. “Es un tema que viene de familia; lo llevo en la sangre. Estuve cinco años en la construcción, pero cuando se fue a pique, volví a lo que mejor sabía hacer”.
Nos cuenta que le gusta mucho Boadilla. Las ovejas cree que aportan cierta distinción al municipio. “Un acercamiento a las raíces rurales que permiten a la población, y sobre todo a los niños, esa conexión con el campo. Tan cerca de Madrid, ya no queda algo así. Y el monte, además, lo necesita. Es lo que mejor le viene”, resume.
El día a día
El trabajo parece fácil. Pero tiene sus dificultades. “En si es un poco engorroso. Guardarlas aquí no es lo mismo que trabajar con ellas en otro sitio, porque los perros están sueltos y pueden molestar a los caminantes, así que hay que estar más pendientes”.
El día a día con el rebaño es de lo más variado. No hay dos días iguales. Dice no tener ruta fija. Cada mañana decide si va para un lado u otro del monte. Sí tiene una rutina horaria: sale con las ovejas de diez de la mañana a seis de la tarde. Además de los perros, le acompaña su burro, quien carga con los avíos para la comida y material para hacer frente a los posibles imprevistos que puedan surgir en la jornada, como un parto repentino. Esto es algo más que probable porque hay 300 ovejas preñadas que darán a luz durante las próximas semanas. Así que la familia crecerá bastante.
“Son varios los problemas que pueden pasar. Hay veces que tienes que ayudarles en el parto ya que por sí solas algunas crías no pueden salir. A veces también la madre no reconoce el olor de la cría y hay que engañarla para que le alimente. En esos momentos tienes que estar ahí, sea la hora que sea, y es un trabajo duro”.
Por las noches, Lorenzo lleva a su rebaño hasta la Finca de la Milagrosa donde ellas descansan en un ambiente protegido en el aprisco. Y él tiene a su disposición un lugar cómodo y tranquilo donde refugiarse del frío y el calor en verano.
Con un rebaño de ese volumen, podría parecer casi una tarea imposible controlar a tantas, pero nada más lejos de la realidad. “Yo prefiero llevar a 800 que a 300, ya que cuando son menos se ponen muy nerviosas y se dispersan más rápido. Cuando van más, están más tranquilas; y yo, también”, aclara.
El esquilado
Aparte de los nacimientos, uno de los momentos más bonitos en el ciclo de la oveja, y que podremos disfrutar en unos meses, es el esquilado de los animales. A finales de abril vendrá una cuadrilla y en cuestión de un día quitarán a las 2.000 ovejas –tanto las que están en Romanillos como las del monte– sus pesadas lanas, dejándolas listas para afrontar en mejores condiciones los meses de calor. A modo de curiosidad, nos cuenta cómo “hace unos años no sabíamos qué hacer con toda la lana. Ahora, sin embargo, nos la compran casi toda los chinos, que la utilizan como aislante. Un material natural muy bueno y que, además, consiguen a buen precio. También la usan como ingrediente de las cremas de mujeres”.
Durante el verano estas ovejas vallisoletanas se alimentan de los restos de cebada, trigo, patata… para coger fuerzas y descansar del trabajo. Lorenzo casi no las abandona durante este tiempo, salvo su mes de vacaciones, que aprovecha para visitar a la familia en el pueblo.