Le entrevistamos cuando tenía 13 años. Y ya apuntaba maneras. Era casi un profesional. Con 10 años descubrió lo que era un rocódromo. Y ahí empezó a escalar paredes, rocas, montañas...
Hoy Álex, vecino de Boadilla, es mayor de edad, tiene carné de conducir, así que no necesita a su padre para ir de un sitio a otro a escalar. Viéndole más mayor, sus padres están también más tranquilos que cuando con 14 años les planteó irse con un amigo a dedo a Francia a escalar el Mont Blanc. Y lo consiguió: que le dieran permiso y subir a lo alto más elevado de los Alpes.
Es un escalador a la vieja usanza: conociendo el lugar, sus gentes y costumbres
Como escalador, lo que más le diferencia de otros de su edad es esa pasión viajera internacional. “Hay escaladores de mi edad con mucho más nivel que yo, aunque sí es cierto que no cuentan con esa trayectoria de viajes internacionales y escalada en pared”, apunta.
Aventura, escalada, viajes. Ha practicado este deporte en Europa, Canadá, Estados Unidos, Marruecos, Jordania, México, Patagonia... “Cada año programamos un par de viajes largos, de entre un mes y dos, uno en invierno y otro en verano. Y dos cortos en primavera y otoño”.
Es un escalador a la vieja usanza: conociendo el lugar, sus gentes y costumbres, la cultura, en busca de emociones y ese “compromiso que supone escalar determinadas rocas por su propia dificultad, el clima de la zona...”. Pura adrenalina, aunque él en la montaña se abstrae de todo y encuentra paz y libertad. “Lo único que piensas es en llegar abajo. Todo se reduce a las necesidades básicas. El resto, se te olvida”, dice.