El palacio recupera sus huertas
Coincidiendo con la llegada de la primavera, terminan, tal y como estaba previsto, los trabajos de restauración de las huertas del palacio. Un espacio del siglo XVIII único y sorprendente, diseñado por la paisajista Lucia Serredi.
5 de abril de 2019 | Por Abel Núñez - Imágenes: A.N. y VideoSky.
La prevista gran inauguración de las huertas del palacio se ha visto truncada por la convocatoria anticipada de elecciones generales (la ley electoral prohíbe expresamente este tipo de actos en época de campaña). La ocasión sí que lo merecía porque la recuperación de las huertas del palacio es sin duda un paso muy importante en la puesta en valor del conjunto arquitectónico que forman el palacio, los jardines, las huertas y su entorno (el gallinero, el estanque…).
Históricamente, esta tercera terraza (la primera, los jardines, se inauguraron en 2015; y la segunda, entre la primera y esta tercera, es un proyecto aún pendiente) tiene su origen en “la tradición de las huertas cortesanas, las grandes huertas reales principescas que arrancan desde Felipe II en España o Luis XIV en Francia, y que aquí estaba perdida”, cuenta el historiador José Luis Sancho. En una sociedad rural del XVIII, “las huertas demuestran el poder de su propietario, sea rey, príncipe en el caso del infante don Luis, duque o noble… Sus especies de frutales, su extensión… eran un manifiesto de la riqueza de su propietario”, añade.
En una sociedad rural del XVIII, “las huertas eran un manifiesto de la riqueza de su propietario”, explica el historiador José Luis Sancho.
Es más, el caso de Boadilla del Monte, “una arquitectura renacentista rodeada de una huerta que ocupa la mitad de la superficie dedicada a jardines y forma parte de la elitista visión real desde la planta noble del palacio, es único”, apunta Lucia Serredi, la paisajista encargada del proyecto. En Aranjuez o en La Granja de San Ildefonso, en Segovia, las huertas quedan en el exterior o en un lateral del núcleo de palacio. Nada que ver con el protagonismo que tiene en el palacio de Boadilla.
Serredi, italiana afincada en Boadilla del Monte desde el año 1980 (ver reseña abajo), sabe de lo que habla: ella también se encargó de la rehabilitación de los jardines del palacio, en la primera terraza.
En ambos casos utilizó como referencia la base de un plano parcelario de 1868: las Hojas kilométricas de la Topografía Catastral. El historiador José Luis Sancho aportó también documentación de gran valor, como el plano de las huertas de la Real Casa de la Zarzuela, levantado en 1759, “un claro antecedente en el que sin duda se inspiró el infante para su posesión en Boadilla, que se terminará seis años después”.
La recuperación de las huertas del palacio es sin duda un paso muy importante en la puesta en valor del conjunto arquitectónico que forman el palacio, los jardines, las huertas y su entorno (el gallinero, el estanque…).
Los cultivos originales
Los registros históricos del trasiego de árboles desde el vivero de Aranjuez a Boadilla (se enviaron ciruelas claudias, fresnos…) o las peticiones de la hija del infante, la condesa de Chinchón, a la Casa Real de frutales, permiten hacerse una idea de las variedades que se cultivaban aquí también.
Además de frutales, en las huertas “había regadío, hortalizas, legumbres y linazas (algodón, lino y esparto)”, asegura Lucia Serredi. Y en el exterior (la zona que junto a la tapia ocupa ahora el aparcamiento), “secano, trigo, cebada, legumbres y el estercolero”.
Estos datos aparecen en los trabajos previos de campo en el parcelario de 1868. Un plano que dibuja una trama ortogonal que ocupa únicamente la mitad de la huerta, resultado de años de abandono. Muestra una retícula de caminos que forman grandes cuadros para el cultivo. Dieciséis en total. En el proyecto de restauración se ha seguido la lógica reproduciendo el mismo esquema en la otra mitad de la huerta. Se crean así 32 cuadros para el cultivo. Forman dos figuras simétricas a cada lado del eje norte sur que une el palacio, la fuente, la escalera monumental y la huerta.
Se han sobreelevado los caminos con el objetivo de evitar encharcamientos y lograr una mejor visión sobre los cultivos.
Ese eje principal norte-sur y este-oeste se ha cubierto con una pérgola, al igual que los ejes secundarios definidos por las escaleras de las terrazas. Con el tiempo, esas pérgolas se cubrirán de vides y rosales trepadores para dar sombra.
En los caminos restantes se han plantado más de 700 árboles frutales.
“Hay un poco de huerta, otro poco de jardinería, de pradera y de campo o agricultura”.
Fin didáctico
En la elección de los cultivos se han recuperado las plantaciones que había en el siglo XVIII pero bajo un prisma didáctico y estético. “Hay un poco de huerta, otro poco de jardinería, de pradera y de campo o agricultura”. Así que nos encontramos con cuadros de hortalizas, de flor cortada (bulbos), plantas aromáticas, praderas de festuca (una variedad de hierba de verde intenso) y trébol; de trigo, alfalfa y girasol. “Un poco de todo”, relata Serredi.
Paralelo al restaurado muro de contención entre las huertas y la segunda terraza (debido al deterioro del ladrillo, se ha elegido revocarlo) hay un canal de riego integrado estéticamente en el entorno.
Se ha optado también por una iluminación mínima. “Nada más en las pérgolas y con una luz proyectada sobre los muros”, explica la paisajista. Y nada de carteles explicativos.
“Para terminar este proyecto, hay una segunda fase en la que se harán junto al muro sur de las huertas unos pabellones de servicio, una pequeña cafetería, baños… La idea es que haya una tienda con material explicativo de las huertas, merchandising… algo discreto y hecho con buen gusto”, confía la paisajista. Faltan también papeleras y bancos.
La paisajista Lucia Serredi, profeta en su tierra
No quiere decir su edad. Quizá por eso de que en España determinadas edades asustan y a uno ya no le llaman para trabajar. Pero ella, como el cantante Raphael, se encuentra en un permanente desafío al paso del tiempo. “Con la edad, el cuerpo se va deteriorando, pero mi cabeza no”, reconoce orgullosa la paisajista, todo un ejemplo de senior en activo.
Lucia Serredi nació en plena Toscana, pero lleva afincada en Boadilla desde 1980. Tiene tres hijas. Como paisajista, ha firmado la restauración de los jardines del Museo Sorolla, del Museo Cerralbo, el patio del Museo de América o el Jardín del rey en el Palacio de Aranjuez. Y aquí ha tenido “la suerte” –reconoce– de haberse encargado de los jardines del palacio, la plaza de la Barbacana (por la que se accede a los jardines) y, ahora, las huertas. Ahí hemos charlado y recorrido la huerta mientras supervisa los últimos retoques de la obra.
Tras esa apariencia de abuela entrañable –sorprende el cariño y respeto con el que todo el mundo la trata en la obra–, no es difícil entrever el carácter de una persona que sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Apenas ha terminado el proyecto de las huertas y ya está pensando en el siguiente paso: la rehabilitación de la terraza pendiente, la segunda, ubicada entre los jardines y las huertas. Y es que ya tiene una idea clara de lo que se podría hacer ahí, basada también en el parcelario de 1868 sobre el que ha trabajado en las huertas y los jardines. O, yendo un poco más allá, en la adecuación de la zona junto al palacio y el monte de Boadilla, que también cree se debería adecuar. Pero de eso ya hablaremos otro día.
Como restauradora, no le gusta eso que ella llama “dar gato por liebre” o las pseudorestauraciones, “aquellas basadas en una interpretación de lo que se hubiera hecho en la época”. Su filosofía de trabajo ante estos proyectos parte de “una lectura rigurosa del monumento, la arquitectura... Y a partir de ahí, me permito ciertas aportaciones subjetivas para añadir a esa lectura original una visión contemporánea”.
Entre esas aportaciones que encontraremos en las huertas están las pérgolas o los estanques de riego… “elementos que he introducido para que sea un jardín vivo”.
“No es fácil adaptar un jardín privado a algo público; es muy peligroso pues el jardín rompe su esencia”, riesgo del que es consciente. Pero ahí está su trabajo: combinar lo que en su día fue ese espacio con un uso o disfrute actual sin perder esa esencia original. El resultado final: una huerta viva, funcional y con un carácter didáctico.
En estos diez meses de obra y otros tantos de redacción del proyecto ha trabajado con un equipo de 14 personas. Entre ellos Cervantes Martínez Brocca, que fuera profesor suyo, el historiador José Luis Sancho, el arqueólogo Juan Sanguino… A los que habría que sumar los más de 200 que han intervenido en la obra de las huertas.